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  (Ilustración: Niño cucaracha por Alejandra Urrego)

Patio Bonito.

Por Alejandra Urrego. (Fotos y textos. Derechos reservados.)

Son las 2 de la tarde de un miércoles de mayo de 2022, apenas las lluvias han cesado y también la pesadez que eso trae en el recorrido desde la  Calle 72, en Chapinero, hasta la estación de Transmilenio de Patio Bonito en Kennedy, Bogotá. Mientras pienso en las lecturas que tengo por hacer me distraigo con un  cantante de rap que ensambla sus métricas al ritmo de lo que ve y escucha, se queja porque a la gente de su barrio le da pena nombrarlo, nombrar a Patio Bonito, y de pronto la pesadez que parecía ya fugaz, vuelve renovada. Me aseguro de ponerme bien los audífonos, que no se me vean, abandono la estación por la Calle 40 B Sur caminando hacia el occidente, a ritmo de electro pop que suena en mi Mp3, mientras veo a la gente caminar a mi lado para ver sus pasos mágicamente recobrar una altivez de pasarela de moda, me rio, pero pronto prevalece el malestar, las pasarelas de basura a pesar de la música en mi cabeza y lo hilarante de imaginarme a los transeúntes como top models, se revelan crudas, incómodas. 




La basura en su mayoría llega aquí toda revuelta, se saca al frente de la casa, pasa algún recolector de residuos y desocupa la bolsa negra en plena calle a cualquier hora, puede pasar todo el día, y repetirse esta situación de manera constante y repetitiva, durante las semanas, durante los años, en estos últimos tres años lo noto más. Desde esta mañana madrugó la basura al andén y vuelvo a pensar que son las dos.

Ubicado al costado occidental de la Avenida Ciudad de Cali, en la periferia de la localidad de Kennedy, el nombre del barrio Patio Bonito ha sido la burla de los bogotanos, pues entre tapujos y chistes malos sale a relucir la paradoja de su fealdad, y ante la evidencia, miradas que se esquivan y un mutismo absoluto. Parece a veces, en especial los días destinados a la recolección de basura que realmente nos acostumbramos a este deterioro. Patio Bonito comienza en la Calle 38 Sur, famosa por su esquina de “La Virgen”, pues los dueños de la casa esquinera hicieron un altar que fue convirtiéndose en un punto de referencia obligado, pues está ubicada a media cuadra del CAMI, un centro médico 24 horas, que atiende urgencias de riñas, robos, crímenes de pasión u odio, en medio de cantinas, tendederos de ropa, herramientas nuevas y usadas, baratijas, electrodomésticos y cualquier cantidad de objetos como encendedores, zapatos, celulares, ropa de segunda se encuentran regados cuadras arriba hasta las inmediaciones de la Plaza de las Flores y las entradas 6, 7 y 8 de la Central de Abastos, Corabastos.





Los trabajadores de la plaza de mercado son los mismos habitantes de Patio Bonito, que durante generaciones se han relevado sus puestos de cebolla, papa, plátano, guayaba, aguacate, guanábana, entre otros alimentos del ranking más rentable del comercio al mayor y al detal y muchos son negocios de familia. 
Los barrios vecinos son, hacia la derecha de la plaza, el barrio El Amparo, lleno de lagunas y humedales; hacia la izquierda  y al norte de la misma 38, el barrio Maria Paz, ahora un laberinto de bodegas de reciclaje en ambos lados acompañados de establecimientos surtidores de placeres carnales. Pero en los 90 rellenado con concreto y basuras para construir una urbe que se expandía a la par de la guerra en toda Colombia. Esa misma estación de Patio Bonito era un potrero con eucaliptos y caminos de tierra, hasta muy entrados los años 2000 aún había con abundancia libélulas, copetones y ranas, hasta que llegó el Transmilenio y transformó el paisaje. La próxima calle principal que define los límites del barrio es la Calle 40 B Sur, una ciclorruta que inicia desde la Av. Ciudad de Cali hasta la última milla en inmediaciones con el Río Bogotá, y sobre la que acontece un comercio de muebles, colchones, reciclaje y un parqueadero que debe ser el más grande a cielo abierto en Bogotá, pues se extiende de manera paralela a la Calle por más de 5 cuadras.



“Amigo habitante de este sector…” dice alguno de los audios de las carretas de venta de estuches para celular, cargadores, y pantallas de vidrio que pasean calles arriba y abajo entre el Portal Américas y la Calle 38 Sur, entre otros vehículos que ofrecen bultos de banano, aguacate, plátano y la fruta o verdura de la temporada por módicos paquetes de mil o dos mis pesitos y que en ningún otro lugar de la ciudad se consigue tan barato, o regalado como dicen los visitantes de otras localidades, como en Suba. Y al que uno no puede evitar llevarse sus dos mil de mango dulce o 3 libras de fresa por cinco mil. En medio de la abundancia de los alimentos, la abundancia de caminantes, la abundancia del ruido y de la sucesión voraz de acontecimientos, viene a mí y de manera sentenciosa la firme idea de que acá siempre está por completarse algo, siempre está por terminarse de hacer algo. Creo que, en este caso, en lo que pienso es en la promesa de habitar en satisfacción de bien vivir un lugarcito al que uno pertenece, siento que esa idea la tenían mis abuelos cuando llegaron en 1970 a lo que hoy se conoce como el barrio Britalia a 5 minutos de Patio Bonito, y en el que construyeron su casa lote con vivero, pues era muy acorde a su vivencia campesina y aun estas tierras colindaban con antiguas haciendas, como Las Margaritas que próximamente será restaurada. Yo recuerdo las historias de mis tíos llegando en una ruta que los dejaba muchas cuadras lejos de casa, pero que también tenían que ir hasta la estación de Bomberos, de nuevo en ese Kennedy central, a recoger agua de la pila porque aún hasta acá, no llegaba el agua. Pero también ato cabos y los vecinos recrean en sus anécdotas infantiles sus paseos a los charcos, donde nadaban y veían cuyes y tinguas, ubicados en lo que hoy es el Monumento de Banderas y Castilla, y lo que queda de los humedales del Burro y La Vaca.

Otrora en el 2020, asomada hacia la Calle 40 B Sur y a una cuadra de la estación de Transmilenio, sobre las 3:45 de la mañana veía como trabajadores del reciclaje, de la vigilancia privada y enfermeras y enfermeros salían en bicitaxis o caminando hacia sus lugares de trabajo, los habitantes de Patio Bonito no pararon de trabajar y ofrecer aseo, salud y seguridad a los Bogotanos, sin descontar por supuesto a los trabajadores de la plaza de mercado y los transportadores, que nunca pararon de ir a girar la rueda que mueve al mundo: el trabajo y el dinero, ofreciendo los servicios que mantuvieron viva a una ciudad en el encierro. A veces se ofrece lo que no se tiene, a veces lo humano es una exigencia que nos desborda, pero hay tesón a pesar de la tensión. Esta Calle, la 40, ha sufrido varios cambios durante los años, antes de la construcción de la Av. Cali y el Transmilenio era una calle destapada en la que abundaban la carpinterías de fabricación de muebles y camas que se inundaba por los mismos desechos de aserrín, viruta, algodones, espumas, que tras la lluvia llegaban a taponar las alcantarillas, luego se pavimento la calle y se mejoró el alcantarillado, también los carpinteros fueron más ordenados con los desechos, y los comerciantes se apropiaron más de sus comercios, pero esta calle y todas las de Patio Bonito, están colapsadas de basura y desechos industriales y si bien este barrio y los colindantes han sido también el hogar y bodega de los trabajadores del reciclaje se puede decir que están solos en este asunto del manejo de las basuras, pues los vecinos sacamos nuestra bolsa negra, revuelta con papel, plástico, aceite, desechos del baño, residuos de comida y un gran etcétera. La basura se saca desde antes de las 9 am, porque en los 90 la empresa LIME pasaba en ese horario, desde que el operador es ciudad limpia el tiempo de recogida es indeterminado, la basura de antier se sumó a la de mañana y así en bucle cada semana. Tirada en el poste, la basura es exhibida sin más. Al lado de uno de estos postes, la mona, en su chaza de cigarrillos atiende a una compradora que no tiene reparo en tirar el plástico de su paquete al suelo, mientras dice: “eso no es nada” levantando un poco el hombro y arrugando la boca hacia un lado como ese gesto de que realmente no importa. Esta caótica pasarela me hace recordar la tan sabida historia de la localidad de Kennedy que fue llamada así por la visita del presidente estadounidense, quien prestó alguna financiación para las casas de inversión social de la época en el centro de la localidad, lo que se conoce como Techo, Mandalay, Marsella, Hospital de Kennedy, Timiza fueron más planeados, digamos que también tuvo lugar un boom de cierta estética cuidada para la arquitectura de los años 50 y 60 y que marcó ciertos límites invisibles con el Kennedy más periférico donde está Patio Bonito. Se puede decir que este territorio ha tenido un desarrollo desigual pues los más aventajados en cuanto al acceso de salud, cultura, educación y comercio se encontraron en el reconocido Kennedy central. También el nombre de la localidad hace crispar a algunos sectores que prefieren reconocerlo con el nombre del último líder muisca con tierras en estos lados, el cacique Techotiba. Un asunto de identidad, tal vez de arraigo, devela sentimientos encontrados con la vivencia en ciertos barrios que no pertenecen a la agregada atención del público sobre un Kennedy del que se esperaba fuera modelo del desarrollo urbano familiar pero que con los años tomo un rumbo azaroso ante la expectativa de sus habitantes y las tantas promesas para esta localidad que en este 2022 conmemora su año número 60. 60 años en que aún esta por construir, en medio de los escombros y la basura, en medio de las ganas de pertenecer a algo, algo bonito. Patio Bonito.











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